Un buen descanso en la infancia es fundamental para el desarrollo físico, cognitivo y emocional de los niños. Durante el sueño, el cuerpo libera hormonas esenciales, como la hormona del crecimiento, que favorecen el desarrollo físico. Además, el sueño contribuye a la consolidación de la memoria y al aprendizaje, lo que es vital para el rendimiento académico. El descanso adecuado también es importante para la regulación emocional; la falta de sueño aumenta la irritabilidad, la impulsividad y puede generar dificultades en la toma de decisiones y en el manejo del estrés (Hirshkowitz et al., 2015).
A nivel emocional, el sueño profundo permite que los niños se recuperen de los eventos emocionales y estresantes del día, ayudando a mantener un equilibrio psicológico. Cuando los niños no duermen lo suficiente, es más probable que experimenten problemas como ansiedad, depresión o conductas desafiantes, lo que puede interferir en su bienestar general y su capacidad para interactuar con los demás de manera adecuada (Mindell & Owens, 2015).
El sueño también juega un papel en la función inmunológica, ya que durante las fases profundas del descanso, el cuerpo realiza procesos de reparación y fortalecimiento del sistema inmunológico, lo que protege a los niños de infecciones y enfermedades (Li et al., 2020). Por tanto, un buen descanso no solo favorece el desarrollo físico y cognitivo, sino que también es esencial para la salud mental y física a largo plazo.
Las dificultades de sueño en los niños pueden tener efectos profundos en su desarrollo cognitivo y emocional, así como en su rendimiento académico. Según la OMS, los niños en edad escolar necesitan entre 9 y 11 horas de sueño por noche para asegurar un crecimiento y desarrollo óptimo (World Health Organization, 2020). La falta de sueño puede manifestarse en problemas de atención, irritabilidad y conductas desafiantes, síntomas que a menudo se confunden con trastornos como el TDAH, depresión o trastornos del comportamiento (Sadeh, 2015).
Es importante que los padres y cuidadores sean conscientes de que la inatención, la hiperactividad o el mal comportamiento en la escuela pueden estar relacionados con patrones de sueño inadecuados. Un niño que no duerme lo suficiente puede presentar síntomas muy similares a los del TDAH, lo que puede llevar a un diagnóstico erróneo si no se tienen en cuenta los problemas de sueño (Meldrum et al., 2021). Además, la falta de sueño también está asociada con un mayor riesgo de trastornos emocionales, como ansiedad y depresión, que a menudo afectan tanto el comportamiento como el rendimiento académico (Gregory & Sadeh, 2016).
Por lo tanto, antes de llegar a conclusiones sobre posibles trastornos, es fundamental revisar las rutinas de sueño de los niños con la ayuda de un profesional. Si es necesario, se recomienda realizar pruebas más específicas con un neurofisiólogo para detectar problemas subyacentes y obtener un diagnóstico preciso. Establecer rutinas de sueño regulares y adecuadas para la edad del niño es crucial, ya que no solo mejora el rendimiento académico, sino que también contribuye a un bienestar emocional y físico a largo plazo (Blunden et al., 2021).
Los padres y cuidadores deben establecer prácticas como limitar el uso de dispositivos electrónicos antes de dormir, mantener horarios regulares y fomentar un ambiente de descanso adecuado. Estas medidas pueden mejorar considerablemente la calidad del sueño del niño, impactando positivamente en su capacidad de atención, regulación emocional y resistencia frente al estrés (Carter et al., 2021).